Fuente: Julia Carabias, para Reforma, 9 de enero de 2010.
No hemos terminado de recuperarnos de la debacle de la COP 15 cuando ya hay que empezar a trabajar intensamente para la COP 16. Con el año, inicia la cuenta regresiva. No se puede repetir el fracaso de la Conferencia de Copenhague y llegar a noviembre de este año a la COP 16, que tendrá lugar en la Ciudad de México, sin acuerdos previos. El tiempo se nos acaba. Es impostergable iniciar el cabildeo y las negociaciones a partir del punto en el que se quedaron en diciembre pasado. Tarea nada fácil ante los escasos avances obtenidos en la COP 15. Sin embargo, la ruta quedó trazada y los países clave se pronunciaron e iniciaron el diálogo; no obstante, a todos dejaron insatisfechos.
Aunque el principio de responsabilidad compartida pero diferenciada sigue siendo vigente, ello no excluye que todos los países deben contribuir a resolver el problema del cambio climático. Si bien es cierto que los países desarrollados han abusado del libre uso de la atmósfera, a costa del derecho que también tienen los países en desarrollo de usar ese mismo bien público a favor de su crecimiento económico, el hecho es que la capacidad de la atmósfera de recibir más emisiones se ha rebasado y el desarrollo debe entonces hacerse bajo otros patrones de producción y consumo que no impliquen repetir los mismos atropellos.
Es indispensable entender, además, que al disminuir el consumo de combustibles fósiles y evitar la deforestación, no sólo se está contrarrestando el cambio climático y sus impactos nocivos, sino que, al mismo tiempo, se avanza en los objetivos de las agendas nacionales para el desarrollo sustentable ya que, con ello, se combate la contaminación y la pérdida del capital natural y se mejoran las condiciones de salud pública, de seguridad energética y alimentaria.
¿Cuáles serían los elementos mínimos que debería contener un acuerdo multilateral para garantizar que la humanidad no interfiera en la atmósfera a niveles riesgosos para el desarrollo y para los sistemas ecológicos? A continuación se señalan algunos de ellos: -Asumir que la temperatura de la atmósfera no debe elevarse más de 2 grados centígrados y que las concentraciones totales de gases efecto invernadero (GEI) no deben superar 450 partículas por millón (ppm) de CO2 equivalente.
-Reconocer que las emisiones, por habitante, de GEI no deben rebasar 2.4 toneladas de CO2e en el año 2050.
-Comprometerse a que las emisiones globales de GEI alcancen su máximo valor, a más tardar, en los próximos 10 años y, a partir de entonces, reducir su generación paulatinamente para que en 2050 se emita sólo la mitad de lo que se produjo este año, es decir, 25 gigatoneladas de CO2e como máximo.
-Lograr que el crecimiento económico de los países en desarrollo, indispensable para alcanzar el bienestar de su población y la superación de la pobreza, ocurra mediante un menor gasto de energía fósil por unidad de PIB, lo que se conoce como desacoplamiento entre el crecimiento económico y el consumo energético, es decir, producir más con menos energía.
-Establecer mecanismos justos, claros y transparentes para la transferencia de tecnologías y de recursos económicos de los países desarrollados a los países en desarrollo.
-Implementar una política agresiva por parte de los países responsables de las emisiones de GEI provenientes del cambio de uso de suelo para detener la deforestación y eliminar el uso del fuego en las actividades agropecuarias, lo cual no sólo contribuirá a mitigar el cambio climático, sino a conservar el capital natural necesario para el desarrollo.
-Incrementar los sumideros de captura de CO2 mediante la reforestación de áreas degradadas, así como el pago por el servicio ambiental de retención de carbono que aumentaría la rentabilidad de los bosques en pie.
-Establecer reglas claras para supervisar el control de las emisiones y compromisos vinculantes, es decir obligatorios.
A México, por ser la sede de la próxima COP 16, y por ser un país que ha asumido responsabilidades importantes en el Programa Especial de Cambio Climático, le corresponde una ardua tarea de negociación para lograr un acuerdo en la COP 16. Es necesario reforzar, además, que dicho acuerdo debe surgir en el contexto de las Naciones Unidas, particularmente, como parte de la Conferencia Marco de las Naciones Unidas para el Cambio Climático. La vía de los acuerdos multilaterales, que son los únicos incluyentes de todos países y en los que cada país tiene el mismo peso, fueron vilipendiados en la COP 15 y, en especial, Estados Unidos optó, como es costumbre, por las negociaciones (y presiones) bilaterales.
¿Será posible que la humanidad pueda llegar a un acuerdo civilizatorio multilateral de esta envergadura o estará nuestra generación dispuesta a dejar que la catástrofe recaiga sobre quienes hoy están naciendo y que cuando tengan capacidad de tomar decisiones, sea ya demasiado tarde? ¿No es eso privar a nuestros hijos y nietos de su libertad?
12 enero 2010
Copenhague: lo esperado
Fuente: José Sarukhán, para El Universal, 9 de enero de 2010
Ocurrió lo esperado (o lo temido) en Copenhague. Después de largos días de negociaciones, a menudo más cercanos de ser confrontación de posiciones de los países, no se lograron compromisos concretos —ni cercanamente adecuados— de reducciones de gases con efecto de invernadero (GEI) y muchos aspectos importantes quedaron en el aire para ser discutidos en el futuro. Ciertamente fue importante que —como no había ocurrido en el pasado— un muy elevado número de jefes de Estado se hubiesen reunido e involucrado de manera importante en el evento de Copenhague, evitando al menos un completo fracaso de una reunión que no pudo llegar a conclusiones en ninguno de los temas centrales que se tenían que discutir y acordar. Al menos esto es algo notable.
Sin embargo, el problema es que ya no hay mucho tiempo por delante para que esos compromisos se adquieran y los detalles acaben por ser definidos de manera que las consecuencias del calentamiento global y de pérdida de ecosistemas no sean de dimensiones cada vez más severas, costosas e incluso provoquen daños irreversibles. No se trata de una postura catastrofista. Para demostrarlo, basten algunos hechos que ilustran lo que quiero decir.
Nuevos datos indican que la tasa de incremento de emisiones de CO2 entre 2000 y 2007 fue cuatro veces mayor que en la década anterior y esa tasa sigue creciendo; además, las emisiones de metano, después de una década de ser estables, ahora se están incrementando notablemente. En adición, un nuevo GEI, el fluoruro de nitrógeno, que tiene un potencial de captura de calor 17 mil veces mayor que el CO2, está creciendo 11% anual debido a su uso en la industria microelectrónica. Este gas no estaba contemplado en las negociaciones del Protocolo de Kioto. Varios estudios sugieren que, incluso si se mantuviese la concentración de GEI en la atmósfera que había en 2005 (es decir ya no emitiéramos más GEI) es inevitable que la elevación de temperatura del planeta será ya de unos 2.4°C por encima del nivel preindustrial. La pérdida de hielo en la Antártida aumentó a 75%, y los modelos predicen que el Ártico podría quedarse sin hielo en el verano en un periodo que va dentro del siguiente lustro hasta mediados del siglo. La pérdida de hielo de los glaciares de montañas se duplicó entre 2005 y 2006. Y el espacio con el que cuento no me permite dar más datos que muestran que no se trata de catastrofismos irracionales.
Es claro —y justo— que países como China, India o el nuestro, desean crecer y desarrollarse más para tener recursos para mejorar el estándar de vida de sus habitantes y que los países desarrollados tienen grandes intereses e inversiones en su industria que no quieren perder, con el riesgo de volverse menos competitivos. El problema es que los fenómenos globales generados por la forma de crecimiento adoptada por la humanidad, no entienden de estas necesidades, ni de resistencias políticas de Congresos y Senados. Seguirán implacablemente su curso, con los efectos que esto tiene y que resultan desastrosos y que serán —y están siendo— pagados por seres humanos, fundamentalmente aquellos más pobres y más vulnerables del planeta.
Insisto de nueva cuenta en lo que he mencionado anteriormente: estamos ante el reto más grande que ha tenido la humanidad. Ninguna generación antes de la nuestra tuvo la información adecuada para darse cuenta de la necesidad de reducir las emisiones de gases con efecto de invernadero. Ninguna generación después de la nuestra tendrá la oportunidad de reducir esas emisiones a tiempo de evitar los efectos catastróficos de un cambio climático irreversible en escala humana.
Ocurrió lo esperado (o lo temido) en Copenhague. Después de largos días de negociaciones, a menudo más cercanos de ser confrontación de posiciones de los países, no se lograron compromisos concretos —ni cercanamente adecuados— de reducciones de gases con efecto de invernadero (GEI) y muchos aspectos importantes quedaron en el aire para ser discutidos en el futuro. Ciertamente fue importante que —como no había ocurrido en el pasado— un muy elevado número de jefes de Estado se hubiesen reunido e involucrado de manera importante en el evento de Copenhague, evitando al menos un completo fracaso de una reunión que no pudo llegar a conclusiones en ninguno de los temas centrales que se tenían que discutir y acordar. Al menos esto es algo notable.
Sin embargo, el problema es que ya no hay mucho tiempo por delante para que esos compromisos se adquieran y los detalles acaben por ser definidos de manera que las consecuencias del calentamiento global y de pérdida de ecosistemas no sean de dimensiones cada vez más severas, costosas e incluso provoquen daños irreversibles. No se trata de una postura catastrofista. Para demostrarlo, basten algunos hechos que ilustran lo que quiero decir.
Nuevos datos indican que la tasa de incremento de emisiones de CO2 entre 2000 y 2007 fue cuatro veces mayor que en la década anterior y esa tasa sigue creciendo; además, las emisiones de metano, después de una década de ser estables, ahora se están incrementando notablemente. En adición, un nuevo GEI, el fluoruro de nitrógeno, que tiene un potencial de captura de calor 17 mil veces mayor que el CO2, está creciendo 11% anual debido a su uso en la industria microelectrónica. Este gas no estaba contemplado en las negociaciones del Protocolo de Kioto. Varios estudios sugieren que, incluso si se mantuviese la concentración de GEI en la atmósfera que había en 2005 (es decir ya no emitiéramos más GEI) es inevitable que la elevación de temperatura del planeta será ya de unos 2.4°C por encima del nivel preindustrial. La pérdida de hielo en la Antártida aumentó a 75%, y los modelos predicen que el Ártico podría quedarse sin hielo en el verano en un periodo que va dentro del siguiente lustro hasta mediados del siglo. La pérdida de hielo de los glaciares de montañas se duplicó entre 2005 y 2006. Y el espacio con el que cuento no me permite dar más datos que muestran que no se trata de catastrofismos irracionales.
Es claro —y justo— que países como China, India o el nuestro, desean crecer y desarrollarse más para tener recursos para mejorar el estándar de vida de sus habitantes y que los países desarrollados tienen grandes intereses e inversiones en su industria que no quieren perder, con el riesgo de volverse menos competitivos. El problema es que los fenómenos globales generados por la forma de crecimiento adoptada por la humanidad, no entienden de estas necesidades, ni de resistencias políticas de Congresos y Senados. Seguirán implacablemente su curso, con los efectos que esto tiene y que resultan desastrosos y que serán —y están siendo— pagados por seres humanos, fundamentalmente aquellos más pobres y más vulnerables del planeta.
Insisto de nueva cuenta en lo que he mencionado anteriormente: estamos ante el reto más grande que ha tenido la humanidad. Ninguna generación antes de la nuestra tuvo la información adecuada para darse cuenta de la necesidad de reducir las emisiones de gases con efecto de invernadero. Ninguna generación después de la nuestra tendrá la oportunidad de reducir esas emisiones a tiempo de evitar los efectos catastróficos de un cambio climático irreversible en escala humana.
07 enero 2010
Si contamina…no hay crédito
MÉXICO, D.F., México (El Excélsior).- Los proyectos ecológicos y ambientales sirven para las grandes empresas como un gancho para sustentar su desarrollo, pero en particular, se está convirtiendo en un factor fundamental para obtener financiamiento
Las firmas ubicadas en Europa, Asia y Estados Unidos han sido las grandes impulsoras de esta tendencia, aunque en México se está permeando esta práctica.
Ante los problemas de cambio climático, altas emisiones de carbono, escasez de agua, entre otros, las entidades de financiamiento han etiquetado casi como “requisito” para obtener un crédito, ser verde.
De acuerdo con un estudio de la Corporación Financiera Internacional (CFI), las grandes empresas deben cumplir con un “plan ecológico” para ser sujetos de crédito.
El documento precisa que esta exigencia empuja al sector empresarial a transitar hacia una producción más “sustentable”.
Algunos bancos como Cooperative Bank (Reino Unido), Triodos Bank (Holanda) y GLS Gemeinschaftsbank AG (Alemania), fueron los primeros en aplicar esta visión a escala global. Y aunque en México aún no se cuenta con mecanismos similares totalmente implementados, sí hay señales de que se camina hacia esta ruta.
Fuentes de la Asociación de Bancos de México (ABM) aseguran que sólo HSBC y Royal Bank of Scotland, tiene este tipo de proyectos.
De acuerdo con Roy Caple, vocero de HSBC México, las solicitudes de crédito superiores a diez millones de dólares tienen que estar acompañadas por un programa de sustentabilidad para que se puedan aprobar.
“Tiene cuatro años que empezamos con este plan en México y nos ha dado resultado, ya que algunas empresas interesadas en conseguir financiamiento no cumplen con normas ambientales, y como consecuencia, finalmente diseñan un programa de este tipo para ser sujetos de crédito”, comenta.
Este banco pone especial atención en las empresas del ramo químico y farmacéutico.
Ella Vázquez, investigadora del Instituto de Ecología de la UNAM, opina que este tipo de programas funciona en otros países con eficacia porque “no respetar el ambiente es violar una ley”.
En México, en contraste, eso no existe. Los esfuerzos en este tema son aislados y reducidos.
“Es casi una obra de caridad que una empresa diseñe un proyecto ambiental.”
El banco español BBVA condicionó desde 2008 su línea de crédito con una premisa muy sencilla: si una empresa contamina no hay dinero.
Su plan de Ecoeficiencia establece que negará créditos a las empresas que contaminen por encima de la media.
Toda inversión superior a diez millones de dólares pasa por este filtro.
Si los riesgos ambientales son medios o altos, la entidad que pida los recursos tendrá que minimizar sus emisiones, de lo contrario, BBVA les podrá negar la inyección de capital.
El plan tiene recursos de 19 millones de euros, y de acuerdo al mismo, “no importa perder clientes”.
Ecoeficiencia no sólo tiene planes de buena voluntad, ya que se ha puesto metas, y una de ellas es la reducción de 20 por ciento de las emisiones de CO2 para 2012.
Esta medida no es superficial, ya que en naciones como China se elaboró una “lista negra” de 30 empresas que se les ha negado algún préstamo bancario de 2007 a la fecha.
La política denominada “créditos verdes” no permitirá que ningún banco conceda dinero a aquellas empresas que no superen las pruebas ambientales o no apliquen las regulaciones de protección.
La ecología dejó de ser de buenas voluntades para las empresas, ni siquiera es ya parte de un programa de responsabilidad social, ahora es casi una obligación.
Los gobiernos no se quedan atrás, la Unión Europea condicionó los créditos de bajo interés a todas aquellas empresas automotrices que tengan planes ecológicos.
Las firmas ubicadas en Europa, Asia y Estados Unidos han sido las grandes impulsoras de esta tendencia, aunque en México se está permeando esta práctica.
Ante los problemas de cambio climático, altas emisiones de carbono, escasez de agua, entre otros, las entidades de financiamiento han etiquetado casi como “requisito” para obtener un crédito, ser verde.
De acuerdo con un estudio de la Corporación Financiera Internacional (CFI), las grandes empresas deben cumplir con un “plan ecológico” para ser sujetos de crédito.
El documento precisa que esta exigencia empuja al sector empresarial a transitar hacia una producción más “sustentable”.
Algunos bancos como Cooperative Bank (Reino Unido), Triodos Bank (Holanda) y GLS Gemeinschaftsbank AG (Alemania), fueron los primeros en aplicar esta visión a escala global. Y aunque en México aún no se cuenta con mecanismos similares totalmente implementados, sí hay señales de que se camina hacia esta ruta.
Fuentes de la Asociación de Bancos de México (ABM) aseguran que sólo HSBC y Royal Bank of Scotland, tiene este tipo de proyectos.
De acuerdo con Roy Caple, vocero de HSBC México, las solicitudes de crédito superiores a diez millones de dólares tienen que estar acompañadas por un programa de sustentabilidad para que se puedan aprobar.
“Tiene cuatro años que empezamos con este plan en México y nos ha dado resultado, ya que algunas empresas interesadas en conseguir financiamiento no cumplen con normas ambientales, y como consecuencia, finalmente diseñan un programa de este tipo para ser sujetos de crédito”, comenta.
Este banco pone especial atención en las empresas del ramo químico y farmacéutico.
Ella Vázquez, investigadora del Instituto de Ecología de la UNAM, opina que este tipo de programas funciona en otros países con eficacia porque “no respetar el ambiente es violar una ley”.
En México, en contraste, eso no existe. Los esfuerzos en este tema son aislados y reducidos.
“Es casi una obra de caridad que una empresa diseñe un proyecto ambiental.”
El banco español BBVA condicionó desde 2008 su línea de crédito con una premisa muy sencilla: si una empresa contamina no hay dinero.
Su plan de Ecoeficiencia establece que negará créditos a las empresas que contaminen por encima de la media.
Toda inversión superior a diez millones de dólares pasa por este filtro.
Si los riesgos ambientales son medios o altos, la entidad que pida los recursos tendrá que minimizar sus emisiones, de lo contrario, BBVA les podrá negar la inyección de capital.
El plan tiene recursos de 19 millones de euros, y de acuerdo al mismo, “no importa perder clientes”.
Ecoeficiencia no sólo tiene planes de buena voluntad, ya que se ha puesto metas, y una de ellas es la reducción de 20 por ciento de las emisiones de CO2 para 2012.
Esta medida no es superficial, ya que en naciones como China se elaboró una “lista negra” de 30 empresas que se les ha negado algún préstamo bancario de 2007 a la fecha.
La política denominada “créditos verdes” no permitirá que ningún banco conceda dinero a aquellas empresas que no superen las pruebas ambientales o no apliquen las regulaciones de protección.
La ecología dejó de ser de buenas voluntades para las empresas, ni siquiera es ya parte de un programa de responsabilidad social, ahora es casi una obligación.
Los gobiernos no se quedan atrás, la Unión Europea condicionó los créditos de bajo interés a todas aquellas empresas automotrices que tengan planes ecológicos.
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