Imagen: Parque Nacional Cabo Pulmo.

21 enero 2009

Inquilinos

Del libro “El mundo es bárbaro” Luis Fernando Veríssimo
Trad: Raúl Guzmán Enzástiga

Nadie es responsable por el funcionamiento del mundo. Ninguno de nosotros necesita despertar temprano para encender las calderas y checar si la Tierra está girando en torno a su propio eje, a la velocidad apropiada y alrededor del Sol, para garantizar la correcta sucesión de las estaciones. Como en un edificio bien administrado, los servicios básicos del planeta son concedidos sin que se asome el gerente – y sin cobro por la administración.

Imagine si le tocara a la humanidad, con su conocida tendencia al descuido y la improvisación, mantener la Tierra en su órbita y en sus horarios, o si – en la punta del más delirante de los sueños liberales – su administración fuera entregada a una empresa privada, con poderes para redistribuir los vientos y suprimir corrientes marinas, acortar o alargar días y noches, y hasta cambiar de galaxia, conforme a las conveniencias del mercado, y aún más, sujeta a decisiones catastróficas, fraudes y bancarrota.

Es verdad que, incluso bajo el actual régimen impersonal, el mundo presenta fallas en la distribución de sus beneficios, favoreciendo a algunos pisos del edificio metafórico y martirizando a otros, todo debido a lo que sólo puede ser llamado incompetencia administrativa. Pero la responsabilidad no es nuestra. La infraestructura ya estaba lista cuando nosotros llegamos. A pesar de intentos como la construcción de grandes obras que afectan el clima y redistribuyen las aguas, es poco lo que podemos hacer para cambiar las reglas de su funcionamiento.

Podemos, esto sí, colaborar en el mantenimiento de la Tierra. Todos los argumentos conservacionistas y ambientalistas tendrían más fuerza si lograran convencernos de que somos inquilinos en el mundo. Y que tenemos las mismas obligaciones que cualquier inquilino, inclusive la de presentar cuentas por cada rasguño al final del contrato. La escatología cristiana debería sustituir al Salvador que vendrá por segunda vez para juzgarnos, por un Propietario que llegará para retomar su inmueble. Y el Juicio Final, por un cuidadoso inventario en el que todos los estragos que hicimos en el mundo serían contabilizados y cobrados.

–¿Dónde está la selva que estaba aquí? – preguntaría el Propietario. – Valía una fortuna.
Y:
–Este río no está como yo lo dejé…
Y, después de un conteo minucioso:
–Están faltando ciento diecisiete especies.
La humanidad podría intentar negociar. Apuntar los beneficios – monumentos, parques, áreas fértiles donde otrora existían desiertos – para compensar la devastación. El Propietario no se impresionaría.
– ¿Para qué quiero yo el Taj Mahal?... Las cascadas brasileñas eran mucho más bonitas.
– ¿Y la Catedral de Notre-Dame? Nosotros la construimos. Aumentó el valor del terreno en…
– Quédense con todas sus catedrales, represas, ciudades y shoppings, quiero el mundo como yo lo entregué.

No necesitamos una mentalidad ecológica. Necesitamos una mentalidad de locatarios. Y el terror de la indemnización.

1 comentario:

Mari dijo...

Es bueno el tema